¡Es el agua y el aceite! Dos materias nobles y sabias: no se mezclan. Son extremas.
Y en cualquier democracia responsable, el poder no se entrega al extremo, porque allí -en esa delgada línea roja del abismo- todos sabemos que el paso siguiente es la caída.
El escenario es, lamentablemente, previsible. Los hechos que nos anteceden eran claros. Hemos pasado de cero a ciento ochenta grados en cada elección, sin matices, sin pausas. Un cortoplacismo frenético. Un deseo de cambio desesperado. Y, entre medio, todos pagando los costos de esa desesperación.
Cada ciclo electoral se ha vuelto una ruleta emocional, donde el voto ya no busca estabilidad, sino catarsis. De la esperanza al enojo, del enojo a la decepción. Y en esa montaña rusa de frustraciones se pierde el hilo conductor del país: la continuidad, la responsabilidad y el sentido de futuro.
Por eso llegó la hora del pragmatismo, de la eficiencia y de la concreción. Chile no soporta otro experimento. Chile necesita reconstruirse, volver a la senda del crecimiento, del orden y de la responsabilidad fiscal.
Esos objetivos son la antítesis de Kast y Jara.
Él promete recortar seis mil millones de dólares; ella ofrece un salario vital de setecientos cincuenta mil pesos. Uno impulsa la contracción; la otra, el gasto sin sustento. En ambos casos, el péndulo. En ambos, el riesgo. En ambos, el poder por el poder.
No se trata de izquierda ni de derecha. Se trata de sensatez. De volver a mirar el país con cabeza fría y manos firmes. De entender que los países no se refundan cada cuatro años; se corrigen, se perfeccionan, se encauzan…
Moderación, centro y propósito.
Eso es lo que Chile necesita ahora: una mayoría que crea más en los acuerdos que en las consignas, más en la gestión que en la épica y más en el crecimiento que en la revancha. Porque solo desde ese norte se construye estabilidad.
Porque sin estabilidad, moderación y responsabilidad, no hay futuro posible.