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Chile se miró al espejo

La pregunta ahora no es solo quién ganará en diciembre, sino si quienes lideren serán capaces de abandonar la trinchera doctrinaria, reconciliar el crecimiento con la protección, y restaurar la confianza extraviada por años de mala política.

La alta participación en las elecciones nacionales, motivada por el voto obligatorio, puso de manifiesto que los chilenos ya no están dispuestos a que otros decidan por ellos. Hay un deseo profundo por líderes que se atrevan a escuchar y a conectar antes de imponer presencia; líderes que reconozcan tanto la inseguridad en la que vivimos como el deterioro económico y social por el que atravesamos, pero que además aborden los temas de manera valiente y esperanzadora.

Ayer, el electorado fue contundente y, definió el mapa político para los próximos años. La candidata de la izquierda, Jeannette Jara (26,7%), y el republicano José Antonio Kast (24%), disputarán ahora la presidencia en una segunda vuelta el día 14 de diciembre. Lejos estuvo el escenario de un empate técnico en la derecha que proyectaban algunas encuestas, pero sí surgieron nuevas fuerzas políticas como un Partido de la Gente de Franco Parisi que alcanzó una votación de 19,0% duplicando la votación del año 2021, y un Partido Libertario de Johannes Kaiser alcanzando un 13,9% que relegó a Evelyn Matthei con 13,0% de los votos al quinto lugar. Sin embargo, la distancia obtenida por Kast sobre Kaiser y Matthei hace esperable que los acuerdos en el espectro centro – derecha sean ahora más fáciles de lograr en contraposición con un escenario donde la votación de estos tres candidatos hubiera sido más pareja.

En el Congreso, la señal fue tanto o más potente que en la elección presidencial. Las fuerzas de derecha (Republicanos, Nacional Libertario, Social Cristiano, Chile Vamos y aliados) sumaron 76 de los 150 escaños de la Cámara Baja, obteniendo una capacidad de incidencia inédita desde el retorno a la democracia y lo que facilitará la aprobación de leyes y esperamos que nos saque de la parálisis actual. El Senado quedó prácticamente empatado: derecha y centro-derecha sumaron 25 de 50 senadores, mientras que el oficialismo retuvo 23 escaños, fragmentados y sin poder de veto efectivo. En este tema, el Partido de la Gente también dio la sorpresa como eventual “bisagra”, adjudicándose 14 diputados, mientras el Frente Amplio logró 17 escaños, el Partido Comunista 11, y los socialistas 11.
Si el voto fuera castigo y advertencia, éste fue dirigido fundamentalmente al oficialismo: no solo por los pobres resultados presidenciales (muy por debajo de la cifra del apruebo causa con la cual se abanderó este gobierno), sino por el retroceso parlamentario y una práctica incapacidad para articular consensos en la agenda pública.

En lo económico, Jara y Kast son realmente polos opuestos, pero la ciudadanía se hartó del relato del oficialismo. Jara sigue insistiendo en un Estado fuerte y “reformas responsables”, pero en la práctica su programa económico es más de lo mismo: más gasto social financiado con “reajustes y combate a la evasión”, cuando la realidad nos muestra una recaudación tributaria estancada, baja productividad y un crecimiento económico mediocre. No hubo ni hay en el relato de Jara una autocrítica ni una estrategia frente al deterioro fiscal de este gobierno. En este contexto, la promesa de no disparar la deuda parece, francamente, más un deseo que una hoja de ruta eficaz. En materia de subsidios, regulación de vivienda, energía y pensiones, el oficialismo volvió a instalar la lógica de redistribuir en vez de crecer, esta lógica que está instalada desde el año 2014 y que tanto mal nos ha hecho. La consecuencia de estas políticas económicas la vivimos en la actualidad: crecimiento proyectado que apenas supera el 2%, inversión privada en el congelador, y una clase media que ve cómo la inflación y las tasas de interés le vacían el bolsillo, mientras la política responde “con anuncios y titulares, no con soluciones concretas”.

En contraposición a Jara, Kast, propone un shock de desregulación y rebaja de impuestos corporativos para recuperar la competitividad tributaria. ¿Riesgos? Sí: la receta es audaz, y el ajuste fiscal de 6.000 en millones en 18 meses es poco probable de lograr, pero su propuesta económica contiene medidas para dinamizar el aparato productivo y devolver confianza al mercado. El gran tema para el partido Republicano va a ser ceder con pragmatismo en el Congreso para no ver sus reformas bloqueadas por minorías ideológicas.

En conclusión, Chile votó duro, castigando la incapacidad del oficialismo para liderar, gestionar y proponer futuro más allá de un bonito eslogan. La pregunta ahora no es solo quién ganará en diciembre, sino si quienes lideren serán capaces de abandonar la trinchera doctrinaria, reconciliar el crecimiento con la protección, y restaurar la confianza extraviada por años de mala política. Porque a diferencia de otros ciclos, ahora el tiempo del relato terminó y llegó el tiempo de hacerse cargo de la realidad heredada.

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