En enero de 2026 comenzará a operar algo que, sin mayores consignas y desde mi punto de vista, cambiará la manera en que nuestro sistema previsional mira a los adultos mayores. Me refiero a dos beneficios permanentes de la reforma de previsional que aumentarán las pensiones de quienes ya están jubilados y de quienes lo harán en el futuro. Ambos son parte del nuevo esquema previsional y tienen una lógica simple, reconocer la trayectoria laboral y corregir, al menos en parte, la brecha de género que históricamente ha castigado a las mujeres.
El primero es el beneficio por años cotizados, un aporte mensual adicional de 0,1 UF por cada año cotizado, con un tope de 2,5 UF. Está dirigido a pensionados por vejez o invalidez en AFP o compañías de seguros que cumplan ciertos mínimos de cotización: 120 meses para mujeres y 240 para hombres. Ese monto, que bordeará los $100 mil mensuales puede marcar una diferencia concreta en la vida diaria de muchos jubilados, sobre todo en un escenario de bajas pensiones, debido a la precariedad laboral o a los vicios del sistema.
El segundo es la compensación a mujeres, por mayores expectativas de vida, que se comienza a pagar desde los 65 años. En la práctica, reconoce que las mujeres viven más y que, muchas de ellas, han cotizado de manera más fragmentada, fundamentalmente por labores de cuidado no remuneradas, lo que afecta directamente en su pensión final. Este beneficio opera como un ajuste estructural, no como un gesto simbólico, puesto que introduce la variable de género dentro del corazón del cálculo previsional.
Es necesario seguir discutiendo sobre temas profundos, como el nivel de cotización, el uso del 6% adicional, la suficiencia de la PGU y la estructura completa del sistema. Sin embargo, los dos beneficios que entran en vigor prontamente no deben ser vistos como algo menor, puesto que, si bien no solucionan el tema de fondo, tienen el mérito de incorporar por primera vez en su concepción, la trayectoria completa de cotización y las diferencias de género como factores que merecen corrección.
En un país como el nuestro, que envejece rápido y donde muchos adultos mayores viven con ingresos ajustados, este avance no necesita banderas políticas para ser valorado. Basta solo con reflexionar: ¿las personas que ya trabajaron toda su vida se sentirán un poco más reconocidas cuando vean su próxima liquidación de pensión? Creo que la respuesta es sí, y es un gran cambio.