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Libertad como decisión diaria

El Nobel otorgado a María Corina Machado es una invitación a mirar con mayor detenimiento lo que ocurre en la región. No como un ejercicio comparativo superficial, sino como un recordatorio del deterioro institucional que puede instalarse silenciosamente cuando se normalizan discursos que minimizan el autoritarismo y demonizan a quienes lo denuncian.

La entrega del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado marca un hito político y moral para la región. No solo reconoce a una figura que ha enfrentado durante años al autoritarismo venezolano, sino que también abre una reflexión sobre la fragilidad de las democracias latinoamericanas. En su discurso, leído por su hija, se destaca una frase: “Pero incluso la democracia más fuerte se debilita cuando sus ciudadanos olvidan que la libertad no es algo que debamos esperar, sino algo a lo que debemos dar vida. Es una decisión personal, consciente, cuya práctica cotidiana moldea una ética ciudadana que debe renovarse cada día”.

La carga conceptual de esta idea es profunda. Machado no habla de libertad como un bien estático, sino como una práctica. No como un derecho que se puede dar por sentado y asegurado para siempre, sino como una responsabilidad diaria, íntima, que exige convicción y coherencia, sobre todo ante escenarios adversos. Es precisamente esta noción de libertad la que incomoda a los regímenes autoritarios y a quienes justifican sus métodos.

Por eso -aunque quizás no debiera sorprender viniendo del Partido Comunista– la descalificación de la candidata Jeannette Jara a la ganadora del Premio Nobel atribuyéndole “intentonas golpistas” es inaceptable y reprochable.

La acusación es injusta y resulta paradójica cuando proviene de una dirigente que pertenece a una colectividad en cuyo historial internacional está el respaldo de regímenes que han erosionado libertades fundamentales. Más que una crítica política, parece una inversión del sentido común democrático: quien se enfrenta al autoritarismo es acusado de golpismo por quienes históricamente han relativizado e incluso apoyado, prácticas abiertamente autoritarias.

Este contraste expone una tensión crucial. Por un lado, una mujer que, asumiendo los costos personales y políticos de resistir a una dictadura, insiste en recordar que la libertad se construye día a día. Por otro, una candidata presidencial que opta por la descalificación simplista, alineándose con un relato que suele equiparar la defensa de la democracia con una amenaza a la misma. La retórica importa; revela qué valores se priorizan y cuáles se relativizan.

Asimismo, el Nobel otorgado a María Corina Machado es una invitación a mirar con mayor detenimiento lo que ocurre en la región. No como un ejercicio comparativo superficial, sino como un recordatorio del deterioro institucional que puede instalarse silenciosamente cuando se normalizan discursos que minimizan el autoritarismo y demonizan a quienes lo denuncian. La frase del discurso de Machado destaca precisamente por eso: porque nos devuelve al centro de la discusión. La democracia no se agota en votar; exige una conducta ética permanente y una vigilancia cívica que no delega su propia responsabilidad.

En tiempos donde los relatos políticos compiten por apropiarse del lenguaje democrático, la distinción entre quienes defienden la libertad y quienes la instrumentalizan se vuelve esencial. Los premios no resuelven crisis, pero sí iluminan caminos. Este Nobel y las palabras que lo acompañan, nos recuerdan que la libertad no se agradece pasivamente: se ejerce, se cuida y se protege. Y, sobre todo, que no hay democracia posible si sus ciudadanos y sus líderes no están dispuestos a asumir esa tarea cotidiana.

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