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El significado del “Karamanés”

La reaparición de Karamanos no es anecdótica. Es reveladora. Nos recuerda, justo al final, qué fue el Frente Amplio. Un gobierno más atento a los símbolos que a los resultados. Más preocupado de verse bien que de hacerlo bien.

Hay regresos que no explican nada y aun así dicen demasiado. La irrupción de Irina Karamanos en X, cuestionando que Pía Adriasola asuma el rol de Primera Dama, pertenece a esa categoría. Aparece tarde, aparece mal y aparece hablando en ese dialecto propio, nebuloso y performativo, que pretende profundidad y ofrece confusión. El “Karamanés” volvió para recordarnos algo que creíamos superado.

El comentario no fue una crítica política clásica ni una objeción institucional sólida. Fue un gesto. Un gesto cargado de palabras blandas, conceptos vaporosos y una superioridad moral que se anuncia como virtud. Ese idioma que no informa, que no propone, que no resuelve. Sólo interpela desde una nube de significantes que no aterrizan.

Lo desconcertante no es sólo el contenido. Es el momento. El gobierno de Gabriel Boric se va. Se acaba un ciclo que prometió cambiarlo todo y terminó administrando poco. Y justo ahí, en el epílogo, reaparece Karamanos para hablarnos de símbolos, roles y sensibilidades. De lo accesorio cuando lo central quedó pendiente.

La ex primera dama -o ex directora del Gabinete Irina Karamanos- no habla sólo por sí misma. Su intervención es un eco. Un eco de una forma de entender la política donde el lenguaje reemplaza a la realidad y el gesto sustituye a la acción. Por eso el “Karamanés” no es un accidente retórico. Es una identidad política con un domicilio frenteamplista incuestionable.

La confirmación vino rápido. La ministra de la Mujer, Antonia Orellana, también cuestionó la decisión de reactivar el rol de la Primera Dama. Ahí está el verdadero significado. No en el tuit enredado, sino en la coincidencia. En la sintonía fina entre el activismo simbólico y el poder institucional.

Ese es el Frente Amplio. Un proyecto obsesionado con las agendas identitarias, con los debates triviales, con las banderas de cartón. Un mundo donde la energía política se consume en discutir títulos, denominaciones y roles, mientras los problemas estructurales siguen intactos. O empeoran.

Es la política de quienes lo tienen todo y no saben de qué quejarse. Entonces se quejan de tonteras. De símbolos mal ubicados. De cargos mal nombrados. De rituales que incomodan a una elite ilustrada pero no le cambian la vida a nadie.

Así fue este gobierno. Preocupado de lo superficial y lo irrelevante. De hablar de todas, todos y todes, pero no de trabajar en serio por mejorar la vida de las mujeres. No con discursos o con fonemas de inescrutable significado, sino con empleo. Empleo femenino formal, estable y bien remunerado. Eso sí transforma. Eso sí emancipa. Eso sí empodera.

En vez de eso, vimos millones gastados en cursos, talleres y capacitaciones con perspectiva de género, hasta en caletas de pescadores. El Estado enseñando lenguaje mientras la realidad pedía soluciones de fondo.

El “Karamanés” es eso. La metáfora perfecta de un proyecto político que confundió palabras con hechos. Que creyó que nombrar era transformar. Que supuso que la identidad podía reemplazar a la estructura.

Por eso la reaparición de Karamanos no es anecdótica. Es reveladora. Nos recuerda, justo al final, qué fue el Frente Amplio. Un gobierno más atento a los símbolos que a los resultados. Más preocupado de verse bien que de hacerlo bien.

Y ese, nos guste o no, es el significado profundo del “Karamanés”, no su ridículo diccionario.

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