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Hermógenes Pérez de Arce: “Soy más pinochetista que Pinochet”

El abogado y político habla de la derecha de antes y de la de ahora, de todos los candidatos a la presidencia, del futuro y del pasado de Chile y de su actual rol en El Mercurio. Pero también habla del amor junto a su mujer…literalmente. Una entrevista singular, elegante, vernácula, a ratos efervescente. Propia de dos tipos especiales: el autor y el entrevistado.

“Tengo la peor opinión de la derecha actual”, confiesa, abatido, el símbolo ancestral de la derecha enfática, Hermógenes Pérez de Arce, mientras se ajusta una corbata y cruza la pierna para lucir sus zapatos. Abogado de metro ochenta y tres, economista pro Chicago Boys, periodista colegiado número 900. Nació en 1936, hijo de un periodista y de una penquista, desde hace sesenta y cinco años está felizmente enamorado de María Soledad, su mujer, y es el papá de cuatro Pérez de Arce. Todos hombres, todos de derecha elocuente, sin puntos medios. No hay Pérez de Arce en mitad de una ideología, es derecha o izquierda, Pinochet o Lenin. Y siempre gana Pinochet.

-Pero esta derecha ya no es como la de antes…- suspira, aquí, en su living con alfombras persas y vírgenes Marías, en una loma de Los Dominicos con vista a la montaña. Piensa que antes la derecha no sentía culpa por ser la derecha. Antes, en los ochenta, el mundo parecía más sencillo. La delincuencia solía aplacarse con fusil. Se apoyaba el libre mercado, el Estado enano, las ideas valóricas que venían de Dios. O eras de derecha o eras rojo. O estabas con los economistas forjados por Milton Friedman o estabas con el marxismo.

-¿Qué pasa hoy?

-Esta derecha es entreguista. Esta derecha trata de estar bien con la izquierda, lo que es un absurdo.

-¿Ve luz para su postura?

-No hay ideología. Los gallos que hoy tienen la plata están totalmente perdidos en materia política.

Y eleva la voz para aclarar su postura.

-¡Acaso no se dan cuenta que todo se lo debemos a los Chicago Boys!

-¿Qué hicieron ellos?

-El milagro, ni más ni menos. Hicieron lo que parecía imposible.

-¿El crecimiento?

-Hicieron lo que hoy está haciendo Milei, el heredero más genuino de Pinochet; sí, Javier Milei.

Hermógenes admira a Milei. Le es irrelevante su chasca o su aspecto de empastillado; él apoya la firmeza. Así apoyó al General en su momento. El general, admite, “no tenía idea de economía, pero era un gallo intuitivo”.

Un día, relata, un economista visionario le dijo a Pinochet:

-La papa está en Chicago, mi general.
-¿Eh?
-Chicago, mi general. El legado de Friedman.
-El libre mercado, mi general.
-¡Traigan a todos esos niños de Chicago! ¡Y tráiganlos ahora!

Y llegaron Sergio De Castro, Ernesto Fontaine, Miguel Kast, Pablo Baraona, y tantos más, una camada de modernistas con corbata y vitalidad, y les llamaron los Chicago Boys.

Y los Chicago Boys, cuenta Hermógenes, hicieron crecer a la patria.

-¿Según pudo apreciar en esa época, cuál era la gran virtud de Pinochet?

-Era vivaracho. Y ríe, mirando hacia el cielo, tal vez un amplio cielo de derecha, el cielo en que, no duda Hermógenes, posa Augusto. Y entonces, sin poder neutralizar su admiración, Pérez de Arce prepara una hipérbole:

-Es que…mire…

-Diga…

-¡Yo soy más pinochetista que Pinochet!

-¿Qué?

-Así es. Pinochet se queda corto con el pinochetismo.

-¿Cómo se puede ser más pinochetista que Pinochet?

-No sé. Yo siento eso. Puedo defender con éxito todas las acusaciones que caen sobre él.

Y, en fin, es ahí cuando Hermógenes deposita sus pies en la actualidad. Arruga el ceño. Le hace un cariño elegante a Julia Vial Errázuriz, su perra, llamada así en honor a los Vial, familiares de su señora. Se arregla la corbata y empieza a opinar.

En pleno 2025

Hoy, dice, apoya a Johannes Kaiser. No admira a nadie de la derecha suave, partidarios de la tibieza. Hermógenes creía en Kast pero, al tiempo, se topó de bruces con una maniobra “izquierdista” de los republicanos.

-¿Cómo? ¿Los republicanos son de izquierda?

-Mmmh…

-¿De centro?

-Mmmh…

-¿Qué hicieron?

-Al redactar la declaración de principios del partido no pusieron que apoyaban el Golpe Militar. Inaceptable.

Hermógenes, dolido, con una lanza clavada en su pinochetismo, en la lealtad al uniforme, se dirigió a Kaiser y le exigió una postura clara. Kaiser lo escribió en los postulados. Y Hermógenes ahora apoya a Kaiser.

-¿Y Evelyn Matthei?

-Es de izquierda.

-¿Sebastián Piñera?

-Era de izquierda.

-¿Qué opina de Jara?

-Para mí Jara es Stalin. Estalinismo puro.

-¿Cómo imagina, en teoría, un gobierno de Jara?

-Las empresas estarían en manos del Estado. Y habría una policía política que te podría agarrar a palos si sales a la calle.

A continuación desgrana al resto. ¿MEO? “Un hombre de negocios que ha explotado el rubro de las candidaturas presidenciales con señalado éxito”. ¿Parisi? “Lo conozco muy bien y le tengo afecto. Sabe mucho de economía. Fue partidario del gobierno militar, pero luego tuvo un viraje. En su esencia, es de derecha”. ¿Mayne-Nicholls? “También era partidario del gobierno militar, pero luego se arrepintió… y ahí perdió mi afecto. Pero lo considero un gallo honesto. Sería un buen presidente, porque en el fondo es de derecha, aunque después haya adoptado el evangelio de los comunistas”. ¿Artés? “Si logra reunir las firmas, sería un tipo exitoso”. ¿Y Matthei? “Dice lo que quiere escuchar la gente”. ¿Y Kast? “Cambió”. ¿Kaiser? “Es el único de la verdadera derecha”, concluye.

Y, en ese momento, llama al orden a su perra que había lanzado dos ladridos.

-¡Julia Vial Errázuriz!, ¿qué te pasa?

El reportero, tras asimilar el encumbrado nombre de la mascota, pregunta.

-¿Usted es de alcurnia, Hermógenes?

-Para nada. Yo soy de clase media arreglada.

-¿Se arregló?

-Mire, soy de esa clase de gente que puede entrar a la aristocracia si lo admiten. Pero no soy aristócrata. Eso sí, estoy casado con una mujer de la aristocracia.

Y agrega: -Pero nunca me han echado de ninguna parte.

El reportero se ve en el deber periodístico de contradecirlo.

-Una vez lo echaron de un estudio de televisión, Hermógenes.

-Ah, sí- y ríe, provocador.

Esa mañana del 29 de noviembre del 2019, en el Chile que estallaba, lo citaron al Canal 13, al programa Bienvenidos. Sus amigos de derecha efusiva le dijeron: “Ni se te ocurra hablar de los derechos humanos, no te metas en las patas de los caballos”.

-¿Qué hizo usted?

-Obvio: inmediatamente me metí en las patas de los caballos. Dije que no hubo atropellos sistemáticos a los derechos humanos en la época de Pinochet. Y se armó la grande.

Tonka Tomicic le pidió que se retirara del estudio. Hermógenes se retiró. Se dirigió a la casa de su hermana ubicada en Presidente Riesco. Y, antes de cruzar caminando la calle, en el semáforo, durante una luz roja, ocurrió algo asombroso.

-¡La gente me empezó a aplaudir!

-¿Qué?

-¡Nunca antes me habían aplaudido!

-¿Qué sintió?

-¡Fue algo muy curioso! La gente no sabía mucho de mí, yo ya no figuro tanto, pero al parecer a nadie le gusta que a una persona la echen de un estudio de televisión.

Hermógenes cruzó la calle con el brazo en alto, aclamado. Lo llamó Max Luksic y le pidió perdón. Lo llamó Horst Paulmann y, en un alemán chilenizado, altamente incomprensible, le dijo:

-Esto no poder ser. Tonka ya no poder ser la imagen de Paris. Tú y yo, Pérez, tenemos que tomagnos un café.

Efectivamente, al rato Tonka dejó de ser rostro y cuerpo de Paris. Y le pidió perdón a Hermógenes a través de los diarios. Los periodistas de espectáculos lo llamaban por teléfono: “¿Usted perdona a Tonka?”. “La perdono, la perdono”, exclamaba Hermógenes, estresado, convertido en hito farandulero, en el encorbatado que hundió a la reina.

-Las cosas de la vida- murmura, aún atónito. Y otra vez se pone a reír. El derechista y el reportero seguían analizando la anécdota, cuando en ese instante una voz retumba en el living. Es María Soledad Vial Valdés que pregunta con fuerza:

-¿Cómo te está tratando ese periodista, Hermógenes?

Aparentemente, deduce el reportero, María Soledad Vial Valdés es de esas personas que piensan que todos los periodistas son comunistas hasta que demuestren lo contrario.

-Bien, todo en orden- responde Hermógenes, con tensa suavidad. Y entonces, la señora Vial decide participar de la conversación.

Matrimonio a la derecha

-Yo soy la señora de Hermógenes. Y quiero decir algo…- interviene María Soledad.

-Claro, por favor.

-¡Hermógenes es lo mejor de lo mejor!

-María Soledad, no es necesario…- susurra Hermógenes.

-¡Déjame decirlo! ¡Porque yo sé que tú jamás lo dirás! Este hombre -apunta a su marido- es extraordinario en todo. No solo en política… ¡En todo! Es alguien que siempre dice la verdad. ¡Y hemos luchado la vida entera contra un país tremendo!

Hace una pausa.

-Este hombre es muy bueno. ¡Jamás me ha tratado mal! ¡Siempre con cariño!

-Eso es maravilloso, María Soledad- acota con cautela el reportero.

Hermógenes, preocupado por el tenor que alcanza el momento, alza la voz.

-¡María Soledad, no sigas hablando delante de la prensa! ¡Nos van a liquidar! ¡Nuestra vida cambiará para siempre!

-¡Que cambie entonces!- desafía ella.

Y se pasea, decidida a continuar con la defensa del hombre con el que se casó en 1960.

-Es que siempre lo perjudican. Siempre le dan duro…- arremete.

-Bueno- señala Hermógenes-, la María Soledad es la que me da más duro. Siempre me grita: “¡Hasta cuándo vas a seguir hablando de Pinochet!” Y yo le digo: “¡Pero si Pinochet es el tema!”.

Ella se queja.

-¡Pero si ya nadie te va a hacer caso! Me tiene agotada la situación. Mire… periodista… le diré algo bajo mi responsabilidad. Hermógenes ha sido el mejor redactor que El Mercurio ha tenido en su vida. ¡Y lo han dejado de lado! ¡Se han portado pésimo! Si este país hubiera tenido más gente como Hermógenes no sería lo que hoy es.

Respira. Y sigue.

-Hermógenes manda cartas al diario y no se las publican. Hermógenes ha escrito una pila de libros y jamás le han hecho una nota. En ese diario hay envidia…

Hermógenes saca la voz.

-No, por favor, no hay envidia…

-¡Sí, Hermogenes!

-Solo están en desacuerdo conmigo…- advierte Hermógenes. Y la pluma oficial de El Mercurio hoy es Carlos Peña- informa, algo resignado.

-¡Carlos Peña es de izquierda!- explota María Soledad, quien, evidentemente, parece ser más derechista que Hermógenes.

Y ocurre un milagro: quizás por primera vez en la conversación Hermógenes Pérez de Arce tiene un destello de blandura. El estandarte nacionalista, el pinochetista de los setenta, el tótem pegado a una chaqueta y a un antiguo régimen, se transforma en un adolescente pacífico. No quiere atacar. Hasta que…

-¿Y el Presidente Boric, Hermógenes?

-¡Deleznable!- grita ella.

-¡Ignorante!- grita él.

Y luego agrega:

-Pero reconozco que tiene respeto por la libertad.

Ella, temblando de rabia, afirma:

-No sigas diciendo eso porque vamos a pelear después, Hermógenes.

-Y seguramente voy a perder yo- acata él.

Entonces, impensadamente, ambos se ríen. Y enumeran, casi a coro, defectos del Presidente, de Peña, de la izquierda, del país. Luego, coralmente, aclaran que tienen ganas de irse de Chile, quizás a un pueblo pequeño de los Estados Unidos de Trump, un pueblo en paz, desprovisto de izquierdistas. Y se miran románticamente a los ojos. Ella dice: “Este hombre es todo para mí. Y yo soy todo para él”. Y declara, como una derechista enamorada, “te quiero”. Y él, romántico, aporta:

-Y yo a ti.

Ya calmada tras toda esa pasión que dejó desparramada por el living, ella pide permiso y se retira. Y ahí queda Hermógenes, el nuevo Hermógenes, el amoroso Hermógenes.

-Ella es como su Lucía Hiriart- comenta el reportero.

Hermogenes sonríe.

-¿Usted está bien, Hermogenes?

-De lo más bien, fíjese. Tengo salud, todavía veo lejos el fin.

-¿Qué edad tiene?

Hermógenes mira para los lados. Y baja la voz.

-No le puedo decir. A la María Soledad no le gusta que hablemos de la edad..

Y entonces el elegante pinochetista, con firmeza, se levanta y da un apretón de manos a modo de despedida. Y por un segundo, o tal vez menos, al reportero le parece que Hermógenes es el mismísimo Augusto.

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