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Eduardo Frei: El rey airado

Por primera vez ese hombre tranquilo que hizo casi siempre lo que debía hacer, es un rebelde. No deja de ser una sensación nueva que no puede dejar en su fuero interno de gozar intensamente.

Las monarquías consiguen algo que las democracias muy pocas veces logran: que gobiernen quienes no lo buscan con demasiado ahínco. Que pueda reinar alguien que no le interesa ser popular. Eduardo Frei Ruiz Tagle, de no ser hijo de uno de los políticos más fulgurantes del siglo pasado, probablemente no se habría presentado a elección alguna. Y de haberse presentado, seguramente no la habría ganado.

Parco en palabras, de poco o nulo carisma, amante de las cifras, de no ser hijo de quien es hijo se habría dedicado a la ingeniería y luego a la empresa, sus verdaderas vocaciones.

Lo cierto es que Eduardo Frei aceptó su destino y fue presidente de la república y de su partido, senador y actor silencioso pero inevitable de nuestra vida política en los últimos cuarenta años. Su falta de pasión por los debates ideológicos, su alma de ingeniero, lo han hecho al menos diferente en una política dominada por los abogados y los médicos. Esa pasión por los datos, y su pasado de empresario han inclinado su corazón demócrata cristiano siempre un poco más al ala derecha de ese partido. Pero la historia de su padre, un hombre cruzado por la tragedia de no haber logrado nunca una política de alianza que no terminara en tragedia, lo hizo siempre quedarse en el medio mismo de la familia concertacionista.

Nada más que eso, la voluntad de inscribirse en esa identidad, la de concertación por encima del partido y su tentación del camino propio, pudo explicar su candidatura del 2009. Una aventura electoral sin futuro ni posibilidad que tenía como único corazón dejar en claro que eso, la centro izquierda que acepta al PC como un pariente incómodo, seguía existiendo.

¿Qué lo llevó ahora a romper con esa identidad a la que consagró su vida política hasta ahora? ¿Qué lo hizo romper el cerco de lo que piensa en privado, y sacarse una foto en público con José Antonio Kast, representante del conservadurismo contrario, del conservadurismo enemigo del que dio nacimiento a la DC? ¿Por qué lo hizo con Kast y no con Matthei o con Piñera?

Frei pudo ser Piñera, un hijo de demócrata cristiano que se hizo empresario, pero no lo fue porque entendió que la familia de la centro izquierda era la única que podía gobernar el país en paz, haciendo las transformaciones económicas que soñaba sin despertar la indignación popular siempre acechante. Las heridas que la oposición de entonces, la UDI y RN le infligieron no se curaron del todo nunca. Podía pensar igual que ellos en muchos puntos pero no dejaba de saber que no venía del mismo mundo. Después de todo su padre era también el padre de la reforma agraria, que era algo que la derecha jamás le perdonaría.

Con Kast, que pertenece del todo a otra familia política, puede singularmente sentirse más cómodo posando en la misma foto, porque no ve su cara en el espejo. En Kast ve, como la mayoría de quienes votaron y votarán por él, no un proyecto de país, no una idea de futuro sino una idea más clara de su propio pasado. Una indignación profunda y honda y totalmente personal, una rebeldía que tiene la virtud inesperada de hacer sentir de nuevo joven a este hombre de 83 años.

Porque hay ahí quizás el secreto mejor guardado de la magia de Kast. Boric y Jackson entraron en la política jubilando a sus mayores. En su memoria de corta duración esos mayores eran Lagos y el laguismo. Frei Ruiz Tagle y su mundo ya no era siquiera una sombra enemiga contra la que luchar. De todos los exilios Frei Ruiz Tagle, y con él toda su generación, vivió el peor de todos, el del tiempo. Chile iba hacia otro lado, cantaba, pensaba, temblaba de otra manera de la que aprendieron a conocer. El estallido explotó en sus caras, la pandemia que no los mató destruyó su forma cotidiana de vivir y amar.

La convención y el proyecto constitucional confirmó que todo esto iba contra ellos. Que era su bandera, su himno, su territorio, sus casas, sus hijos los que se quería dejar irreconocibles.

Se los quería fuera, se los quería lejos, se los quería invisibles, inservibles reliquias de la historia. El 4 de septiembre y su plebiscito fue entonces algo más que una resurrección. Después de tratarlos como piezas de museo volvieron, los viejos estandartes de la concertación, a sentir que el país pensaba como ellos, que el país tenía los mismos miedos que los asaltaban por las noches. El plebiscito y su rechazo los sacó de la reserva y la jubilación y los volvió al ruedo. El pacto de no agresión que la izquierda radical de la UP había conseguido mantener con la democracia cristiana desde mediados de los años 80 se rompió para siempre.

Frei Ruiz Tagle, él y lo que simboliza, él y lo que lo acompaña simbólicamente, sintieron que su lealtad con el NO de 1988 ya era cosa del pasado, porque otro No, el rechazo del 4 de septiembre lo ligaba a otra alianza nueva y eterna. La elección de diciembre de este año quedó definida ese día. La derecha tradicional no podría haber seducido del todo nunca a Eduardo Frei Ruiz Tagle, la oposición a este gobierno y todo lo que simboliza, despertó todos sus instintos vitales, obligándolo a estar en público a la altura de lo que lleva predicando en privado.

Que la candidata de la que fue hasta nada su coalición fuera comunista solo le dio una coartada histórica que ya no necesitaba. Su corazón ya latía al nuevo ritmo de una derecha restauradora y redentora en que podía reconocer unas ganas nuevas de influir, de hablar, de ser oído, de ser alguien en este país que alguna vez sintió que se le escapaba de las manos.

Por primera vez en su vida en ese partido que imaginaba tan suyo como sus zapatos, va a pasarlo al tribunal supremo. Por primera vez ese hombre tranquilo que hizo casi siempre lo que debía hacer, es un rebelde. No deja de ser una sensación nueva que no puede dejar en su fuero interno de gozar intensamente.

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